miércoles, 31 de agosto de 2011

 
                                         
Quedarme dormida mientras lloro. Llorar mientras me quedo dormida. Es la segunda vez que me pasa. Me despierto pensando en ti, con ganas de llorar de nuevo, desearía no haberme despertado. El aire me trae el aroma del café que ha preparado mi madre esta mañana. Huele tan bien…
Antes de levantarme. Antes de volver a llorar, miro el móvil, como cada día. Ni rastro de ti. Sin embargo un mensaje…

“Estas hecha para sonreir, tu sonrisa ilumina a kilómetros de distancia. Se feliz y alegra a todo con el que te cruces, como hiciste conmigo. Llena las calles de tu esencia y no olvides que siempre brillarás.”

Empiezan a caer las primeras lágrimas del día. La playa siempre me trae buenos recuerdos.

Mi vida sin mi.


Llega el frio en las calles de Madrid, calles que no son mías, calles que apenas conozco. Paseo y me siento tan sola como, realmente, nunca me había sentido.
Y ese vacío… el frio se mete dentro de mi cuerpo y llena cada esquina de mi ser (esas que un día llenaste tú), pero ahora me siento más vacía que antes. Veo tantas cosas mientras camino, todas quisiera compartirlas contigo. En cada banco quisiera besarte, en cada fuente tirar una moneda, en cada semáforo en rojo enseñarte una mirada distinta, en cada callejón volverte loco…

Nunca pensé que yo sería esa clase de personas que tanto piensa en la vida y que valora el más mínimo detalle, ese tipo de personas a las que les gusta escuchar la lluvia o el sonido de las olas rompiendo con las rocas, esas personas que adoran las tormentas aunque en el fondo las temen, esas personas que se imaginan la vida de cualquier persona con quien se cruzan, que simplemente se sientan a ver la vida pasar o esas personas que van a cualquier estación a imaginar cual será el próximo tren que pierda. Nunca sabes cómo vendrán tus cartas.
 
Una vez me dijeron que no hiciera planes, si un día quieres algo ve a por ello, sin esperar, sin planear, sin temor.

Por eso seguiré paseando por esta calle plagada de amores, pasiones, lamentos, tristezas, alegrías, bancos, fuentes, semáforos y callejones…

miércoles, 24 de agosto de 2011

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Estaban enamorados.
Se enamoraron poco a poco.  
Primero fueron sus olores, cada movimiento desprendía un aroma lleno de sentimientos a flor de piel. Tras los olores, vinieron las voces, hablaban sin parar, de todo y de nada, historias reales y ficticias, se escuchaban sin parar. Sus voces llevaron a sus risas, tan valiosas ambas, tan puras. Luego vino el tacto, de vez en cuando sus manos se encontraban sin querer (queriendo), simples roces, a veces caricias. Después del tacto, vinieron las miradas, miradas solo suyas, de esas que cuesta mantener, profundas, continuas, fijas, miradas sinceras, sin miedo y con ganas de descubrir nuevos mundos en los ojos del otro. Las miradas llevaron a sus sonrisas, bonitas y llenas de secretos,  sonrisas que llenaban sus caras de agujetas.
Después se enamoraron de lo que sentían el uno por el otro, se enamoraron del sabor todos los besos que se daban, de la suavidad de sus labios, de lo difícil que era estar más de 5 minutos sin besarse, de cómo paseaban cogidos de la mano, de la forma en la que se hacían reir el uno al otro. Se enamoraron de sus manos, de la facilidad en que se encontraban debajo de cualquier mesa, de cualquier cama. Se enamoraron de sus palabras bonitas, de sus promesas, de sus listas de cosas que hacer juntos. Se enamoraron del modo en que se hacían felices. De cómo se abrazaban. De la facilidad en la que se decían que se querían. Del amor con el que hacían el amor. Del cariño y la ternura que les inundaba cada vez que se veían. De la pasión que a veces les entraba y de la tranquilidad con la que a veces hacían todo. De cómo se corregían sus errores. De sus abrazos. De lo poco que tardaban en volverse locos el uno al otro, el uno con el otro. De los sueños que tenían. De la amistad que al principio les unió. Se enamoraron de sus planes, de sus ganas de vivir.
Se enamoraron, siguen y seguirán enamorados.
Las cosas buenas pasan un día de repente.
Un día de repente fue el que se enamoraron.