sábado, 30 de marzo de 2013



Ansiamos la libertad, pero siempre andamos atándonos a todo.

Yo, primero me ate a tu mirada, llena de promesas, llena de secretos. Eso me llevo a tus pestañas, toboganes arriba abajo en cada pestañeo. 
Tú, poco a poco, te ataste a mi cintura, te encantaba ese hueco entre mi alma y la costilla derecha al lado de mi corazón. Decías que algún día atracarías ahí tu barco, para siempre. Para siempre.

Y tus “algún día” no eran como los demás. Me prometiste el cielo y en tu mirada lo encontré.

Atándonos. Cada día más. Cada día mejor.

Me anudaste a tu alma como los amarres de tu barco en todos los puertos que pasamos. Sabías que era tuya.

Y sin embargo, algún día (de los de verdad) desapareciste. Y se te olvido deshacer los nudos de mi tripa. No quitaste los amarres que unían mi alma a tu ser.

Olvide que eras buen marinero y tu único amor la libertad.