Ansiamos la libertad, pero
siempre andamos atándonos a todo.
Yo, primero me ate a tu mirada,
llena de promesas, llena de secretos. Eso me llevo a tus pestañas, toboganes
arriba abajo en cada pestañeo.
Tú, poco a poco, te ataste a mi cintura, te
encantaba ese hueco entre mi alma y la costilla derecha al lado de mi corazón. Decías
que algún día atracarías ahí tu barco, para siempre. Para siempre.
Y tus “algún día” no eran como
los demás. Me prometiste el cielo y en tu mirada lo encontré.
Atándonos. Cada día más. Cada día
mejor.
Me anudaste a tu alma como los
amarres de tu barco en todos los puertos que pasamos. Sabías que era tuya.
Y sin embargo, algún día (de los
de verdad) desapareciste. Y se te olvido deshacer los nudos de mi tripa. No quitaste
los amarres que unían mi alma a tu ser.
Olvide que eras buen marinero y
tu único amor la libertad.