miércoles, 24 de agosto de 2011

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Estaban enamorados.
Se enamoraron poco a poco.  
Primero fueron sus olores, cada movimiento desprendía un aroma lleno de sentimientos a flor de piel. Tras los olores, vinieron las voces, hablaban sin parar, de todo y de nada, historias reales y ficticias, se escuchaban sin parar. Sus voces llevaron a sus risas, tan valiosas ambas, tan puras. Luego vino el tacto, de vez en cuando sus manos se encontraban sin querer (queriendo), simples roces, a veces caricias. Después del tacto, vinieron las miradas, miradas solo suyas, de esas que cuesta mantener, profundas, continuas, fijas, miradas sinceras, sin miedo y con ganas de descubrir nuevos mundos en los ojos del otro. Las miradas llevaron a sus sonrisas, bonitas y llenas de secretos,  sonrisas que llenaban sus caras de agujetas.
Después se enamoraron de lo que sentían el uno por el otro, se enamoraron del sabor todos los besos que se daban, de la suavidad de sus labios, de lo difícil que era estar más de 5 minutos sin besarse, de cómo paseaban cogidos de la mano, de la forma en la que se hacían reir el uno al otro. Se enamoraron de sus manos, de la facilidad en que se encontraban debajo de cualquier mesa, de cualquier cama. Se enamoraron de sus palabras bonitas, de sus promesas, de sus listas de cosas que hacer juntos. Se enamoraron del modo en que se hacían felices. De cómo se abrazaban. De la facilidad en la que se decían que se querían. Del amor con el que hacían el amor. Del cariño y la ternura que les inundaba cada vez que se veían. De la pasión que a veces les entraba y de la tranquilidad con la que a veces hacían todo. De cómo se corregían sus errores. De sus abrazos. De lo poco que tardaban en volverse locos el uno al otro, el uno con el otro. De los sueños que tenían. De la amistad que al principio les unió. Se enamoraron de sus planes, de sus ganas de vivir.
Se enamoraron, siguen y seguirán enamorados.
Las cosas buenas pasan un día de repente.
Un día de repente fue el que se enamoraron.

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